Nuevo Relevamiento/Informe
de Wilmar Merino para
Viva la Pesca de Diario Popular
En un marco de lagunas bonaerenses golpeadas por la sequía del último verano, que una laguna a sólo 110 km de Capital Federal esté entregando Pejerreyes de 25 a 30 cm, bien gordos y peleadores, es poco menos que una bendición.
Y esa laguna es un clásico querido por todos los pescadores: San Miguel del Monte. Ojo, la pesca está y los pejes no se regalan, hay que pescarlos.
Prueba de ello la tuvimos ayer, a sólo horas de que estas líneas lleguen a sus ojos, donde tras una mañana infructuosa empezamos a clavar pejes recién cerca del mediodía.
Pero valió la pena la espera, que no fue pasiva sino, muy por el contrario, una búsqueda constante de dar con las claves adecuadas para tentar a estos difíciles pejerreyes. La cosa arrancó con una cordial invitación de Andrés Brítez, concesionario de un nuevo pesquero de la laguna al que bautizó El Cristo (por estar a metros de la estatua del Cristo). Junto al amigo Gustavo Miranda, pata fiel de todas las salidas, sorteamos velozmente los 110 km que separan Buenos Aires de Monte por autopista Ezeiza-Cañuelas y luego Ruta 3 (doble mano hasta la ciudad de Monte).
Levantamos excelentes mojarras en el Km 92, donde tiene el puesto Juan Barrios. En coincidencia con los datos que nos habían dado, reconocidos guías locales de Monte, Barrios nos preparó una bolsa de mojarras chicas y otra de medianas, para probar tanto el encarne en ramillete como el de mojarra simple en anzuelo 5 (una pasadita de la cola y que quede vivita y coleando).
Ya en la laguna, tomamos a la derecha hasta pasar la compuerta que une Monte con Las Perdices y a pocos metros encontramos la estatua del Cristo y enseguida la tranquera abierta y el mate de bienvenida de nuestro amigo Brítez, quien obtuvo hace sólo dos meses la concesión de un hermoso predio arbolado al que ya le puso baños, algunas parrillas y le armó un muellecito para embarcar con comodidad.
Navegamos unos 500 metros hasta donde nacía el viento e iniciamos un garete. Los equipos estaban compuestos por tres boyas pequeñas, con tramposas sobre la madre en boyitas yo yo (muy útiles para regular la altura de las brazoladas), cañas Spinit y pequeños reeles Shimano cargados con multifilamento de 0,16. La mañana se presentó ideal, con suave viento del Sur, ideal para el garete, y una laguna rizada. Sin embargo, los piques no llegaban. Tanto nuestro anfitrión Brítez, como amigos de esta sección, habían pescado muy bien el domingo trabajando de este modo, gareteando con un “muerto” (peso que se usa de tolete para ralentizar la deriva) hacia el centro de la laguna.
Pero sin dudas los 100 mm de lluvia que recibió el ámbito entre el lunes y el martes alteraron la dinámica acuática. No se veían peces bular -tal como sí ocurrió antes de las lluvias- y los pocos piques que tuvimos eran de dientudos. Pero no desesperamos, lo buscamos a 80 cm, a 60 cm, a 40 cm y al bajar a 25 cm tuvimos la primera captura.
Ya estábamos casi en el mediodía, y nuestro tiempo era limitado, dado que teníamos que regresar al diario para armar esta sección. Pero por suerte tuvimos una excelente racha de piques, que pudimos traducir en una docenita de lindos y gordos pejes, bien alimentados y saludables (sin signos de parasitación).
Eso sí, como dijimos antes, no se regalaron: hubo que pescarlos. Esto es, en otras palabras, que el Pejerrey tomaba la boya con sutileza, la corría apenas un poquito y la largaba. Repetía dos o tres veces dicha acción antes de decidirse a llevar con mayor firmeza, momento oportuno de clavar. Este comportamiento, propio de un pez con buen alimento que no está desesperado por comer, obliga a estar muy atentos al movimiento de las boyas, y precisamente allí radica el encanto de la pesca de esta especie.
Nos volvimos con una gran alegría de la laguna, no sólo por haber rematado la nota sobre el límite de nuestras posibilidades, sino porque entendemos que el disfrute de nuestro deporte no siempre se basa en la cantidad o calidad de capturas, sino en el desafío de lograr entender el comportamiento del pez, y lograr engañarlo al fin de cuentas. Eso sí, nos quedamos con ganas de más, y seguramente cuando la temporada avance un poco reiteraremos la visita a un pesquero que -parafraseando a Fito Páez- “siempre estuvo cerca”.
por Wilmar Merino
para Viva la Pesca de Diario Popular
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